PEDRO
Sus palabras tan profundas
y ciertas eran las que yo también sentía hace mucho tiempo. Estaba
igual que ella. Todavía no podía creer que estuviera abrazándome y
contándome sus problemas. Veía en ella algo especial, totalmente
diferente.
-Quizás
deberías comenzar por dejar esa enorme carga que traes en los
hombros. Piensa que tú no eres la responsable de esos problemas. Tal
vez las cosas mejores y cambien. Pero tienes que ser paciente. Hay
que darle tiempo al tiempo- agregué.
-Tenes
razón, soy una tonta- dijo secándose unas lágrimas y
desvalorizándose.
-No
digas eso, vos no sos ninguna tonta. Vos sos… vos sos especial-
Enseguida noté como ella levantaba la cabeza y me regalaba una
sonrisa.
-Por
cierto, mi cumpleaños es el 6 de septiembre-me dijo sonriendo.
Luego
de algunas otras palabras, me despedí, agradecí y me bajé del
auto. Entré a mi apartamento oscuro, prendí la luz, otra vez solo.
PAULA
Llegué
a casa, estaba con la autoestima baja, así que tomé mi libro y me
acosté. Lo abrí en cualquier página. Página 50. Capitulo 5.
Comencé a leer.
Totalmente
diferente.
“Seguía
pensando en el chico que había conocido en aquel baile. Su nombre
todavía daba vueltas en mi cabeza. Saqué una servilleta arrugada
del bolsillo de mi campera. Su número estaba anotado allí. Pensé
en llamarlo pero la vergüenza no me dejaba hacerlo. Dejé la
servilleta arrugada sobre la mesa del living. Observaba como mi madre
pasaba la escoba y se secaba algunas lágrimas. Me acerqué a ella
preocupada, levantó su rostro y se lo tapó enseguida con una mano.
Yo intrigada y asustada aparté su mano. Un frío me recorrió todo
el cuerpo. Y solo algunas palabras salieron de mi boca.- ¿Quién te
hizo esto? Ella solo lloraba y se tapaba la cara. Busqué a mi padre
esperando explicaciones. Entré a su despacho y allí lo encontré,
llorando. Era la primera vez que veía a mi padre llorar. Me senté
frente a él y me lo quedé mirando.
-¿Que
has hecho?-dije triste.
Él
no contestaba solo repetía una y otra vez la misma palabra “Perdón”.
Corrí a mi cuarto y me encerré en el mismo. Me acosté en mi cama,
observaba ese techo de chapa como si fuera la mejor película. Quería
correr y no volver jamás. Las cosas se habían vuelto totalmente
diferentes a cómo eran antes. No podía olvidar su beso tan sentido
y sus palabras “si me necesitas no dudes en llamarme”. Lo
necesitaba más que nada en este momento. Con un rosario en mi mano
solo le pedía a Dios que las cosas en mi familia mejoraran pronto.
Por favor. Alguien gritaba mi nombre, miré por la ventana, era él.
Salí casi corriendo y lo abracé con todas mis fuerzas, llorando,
más que nunca. Él sin entender trataba de calmarme, acariciando mi
espalda y pronunciando sus palabras de siempre “Todo va a estar
bien”. Lo tomé de la mano, caminamos unas cuadras hasta llegar a
las orillas de un lago. Nos quedamos los dos sentados mirándonos sin
pronunciar ninguna palabra.
-¿Crees
que es correcto que esté aquí, contigo?-dije.
-¿Es
correcto que tu padre le pegue a tu madre?-me dijo él.
No
dije nada, solo lo abracé otra vez.
-Quiero
irme contigo-dije.
-Sabes
que yo también quiero eso, pero no puedes.
-Es
que no quiero perderte.
-No
lo harás.
Otra
vez mi lágrimas recorrían mi rostro y aún si poder pensarlo lo
besé, como la primera vez, un beso que tal vez podía ser el último.
Cerré
el libro, apagué la luz y quedé completamente dormida.
Al
otro día me desperté a las diez de la mañana. Me levanté, esta
vez sin el sol despertador. El día estaba nublado y creo que por
primera vez no tuve que acostarme en el piso y estirar mi brazo para
alcanzar las pantuflas. Preparé mi desayuno, lo tomé y en menos de
media hora ya me encontraba paseando por el barrio. Algunos niños
jugaban en la plaza con sus padres y yo solo pensaba en aquellas
palabras tan sentidas de Pedro. El tiempo parecía transcurrir
lento, pasé por la puerta de su edificio. Lo observé. Retomé mi
camino sin rumbo alguno.
Giré
mi vista, una veterinaria. Me acerqué para observar a las mascotas.
Una me llamó la atención, era un bulldog francés, negro. Entré,
pregunté cuando salía. Me enamoré al instante de aquel perro. Fui
hasta mi casa, tomé un sobre con plata y me dirigí otra vez a la
veterinaria. Firmé algunos papeles, me dieron las vacunas que
estaban al día, compré alimento, algunas cosas más y me llevé a
Moro conmigo. Moro, así le puse.
Al
llegar a casa me quedé contemplándolo. Ahora él era mi nueva
compañía, realmente era hermoso, y además era el perro que siempre
había soñado de pequeña.
PEDRO
Me levanté a las once la
mañana, mi teléfono sonaba. Me levanté algo apurado y contesté lo
más rápido que pude. Era mi hermana que llorando trataba de
explicarme lo que sucedía. Mientras ella me pasaba la información
me vestía. Me lavé la cara y me cepillé los dientes. Salí a la
calle y tomé un taxi. Al llegar estaban todos mis hermanos llorando
y tapándose la cara con sus manos. Ellos corrieron a mí y me
recibieron con un fuerte abrazo y yo solo pronunciaba estas palabras:
-Él es fuerte, va a salir
adelante.-Con un nudo en el pecho me senté al lado de mi hermana
Carolina que no paraba de llorar.
-No quiero que se vaya- me
dijo apoyando su cabeza en mi hombro.
-No lo hará-dije.
A medida que pasaba el
tiempo trataba de entender bien lo que había sucedido. Lo único que
ahora podía entender era que mi padre estaba grave y que había
sufrido un infarto por la mañana. Quedé solo en el pasillo del
hospital, pensé en mi madre. Algunas lágrimas salieron de mi
rostro. ¿Cómo era posible que pasaran tantas cosas malas en mi
vida? No podía perder las esperanzas, tenía que ser fuerte, rezar
lo más que pudiera. Mi hermano Federico se acercó a mí
ofreciéndome un vaso con agua.
Un doctor salió con
novedades, todos nos paramos esperando respuestas. “Estamos
haciendo todo lo posible” las mismas palabras que habían dichos
los doctores horas antes que falleciera mi madre. Mi vida se desplomó
otra vez. Mi celular sonó, atendí.
-¿Hola?-dije tratando de
ocultar la angustia.
-Pedro, ¿estás bien?-me
dijo.
-¿Paula?
-Sí, ¿Qué pasa?-me dijo
notando mi voz.
-Mi padre está grave en
el hospital.
-¿En qué hospital está?
Me sorprendí al ver que
Paula a los quince minutos estaba entrando por la puerta del
hospital. Ella me buscaba con su mirada, yo me levanté para que me
viera. Quedamos los dos enfrentados, ella se acercó a mí y me
abrazó.
-Gracias, por venir-dije.
Nos sentamos juntos, ella
me miraba sin entender.
-¿Qué pasó?
-Tuvo un infarto por la
mañana.
-¿No tuvieron más
novedades?-dijo mostrándose preocupada.
-Hasta el momento solo nos
dijeron que están haciendo todo lo posible.
-Va a estar todo bien-me
dijo sonriendo.
-No entiendo cómo me
pueden pasar tantas cosas malas a mí, nunca le hice nada malo a
nadie-dije casi llorando.
-Son cosas de la vida
Pedro, estoy segura de que tu padre es fuerte como vos y que va a
lograr salir adelante, no te va a dejar solo. Estoy con vos.
-Sos lo mejor que me ha
pasado en estos últimos años-le fui sincero.
Ella me sonrió, y con
lágrimas en los ojos se fue acercando a mí. Rompiendo aquel espacio
entre nosotros. Podía sentir su respiración en mi rostro. Sus
labios se chocaron con los míos, terminado en un hermoso beso. Ella
apoyó su frente en la mía y mirándome a los ojos me repitió otra
vez:
-Todo va a estar bien.
PAULA
Abrí los ojos. Lo tenía
a centímetros de mi rostro. Podía sentir su cara húmeda, veía sus
ojos llorosos y su cara de preocupación y miedo. Escuchar de su boca
que yo era lo mejor que le había pasado en los últimos años me
dejó paralizada. Me sentía especial, me ponía feliz saber que para
alguien en el mundo yo era algo.
Giré mi cabeza y noté
como un médico salía de una sala. Le avisé a Pedro que rápidamente
se paró con sus hermanos esperando novedades.
Yo observaba la situación
de lejos. Miraba las caras de cada uno. La tristeza en sus rostros,
preocupación, miedo, inseguridad. Observaba el hospital, a mi lado
otra familia lloraba desconsoladamente. Detrás de mí, una ventana
enorme, detrás de ella una fuente sin agua, sin vida alguna, gris.
Fue allí cuando las palabras que me había dicho Pedro la noche
anterior volvieron a aparecer en mi cabeza, “Tienes
a tu papá y a tu mamá, yo daría la vida para poder tenerla a mi
madre conmigo.”
Tomé el rosario
que tenía guardado en mi cartera y comencé a rezar por su padre,
para que todo saliera bien. Cerré los ojos por unos segundos. Cuando
los abrí noté como Pedro se acercaba a mí con una hermosa sonrisa.
-Está
bien, fuera de peligro-me dijo abrazándome.
-Te
dije que todo iba a estar bien.
Sus
hermanos se abrazaban, felices y por un momento me sentí parte de
esa familia que aún ni conocía. Se me cayó una lágrima de
felicidad. Supuse que era la situación la que me ponía sensible.
Me
quedé en el pasillo mientras él y sus hermanos pasaban a ver a su
padre, cada uno salía sonriendo, lo que me llevaba a pensar que
estaba todo más que bien. Se hicieron las dos de la tarde. Pedro fue
el último en salir de la sala, y yo aún lo seguía esperando allí
afuera.
-No
era necesario que esperaras-me dijo.
-Quería
hacerlo.
-Gracias,
no sabes lo mucho que lo valoro.
-Está
bien.
Fuimos
a comer algo a la cantina del hospital y charlamos un poco. Él
decidió ir a su casa para darse una ducha y obviamente yo me ofrecí
a llevarlo, él se resistió pero terminé convenciéndolo.
Ya
debajo de su edificio, en el auto, no sabía cómo hablarle del tema.
-Con
respecto al beso… quería decirte que…- Pedro me interrumpió.
Acercándose rápidamente a mí, como yo lo había hecho
anteriormente. Otra vez nuestros labios se encontraron. Cerré los
ojos, una sensación hermosa recorría todo mi cuerpo.
-No
tenes nada que decir-me dijo aparándose unos centímetros de
mi.-Gracias- me dijo nuevamente.
Yo
solo sonreí y me quedé pensando en lo sucedido. Realmente me estaba
enamorando de ese chico.
Llegué
a casa asombrada, seguía recordando esos besos como si fueran fotos.
Una sonrisa se dibujaba en mi rostro cada vez que pensaba en él.
Me
senté en el sillón con Moro, que seguía durmiendo. Y fue así que
me quedé dormida en el sillón.
Veinticuatro
de diciembre;
estaba en la casa mis padres. Una mesa larga cruzaba todo el patio.
Algunos chicos corrían con pelotas y muñecas. Mi hermana me
arreglaba el vestido. Mi padre aprontaba los fuegos artificiales. Mi
madre preparaba el postre. Mis abuelos hablaban con mis tíos. Todo
iba genial. Una noche increíble. Se hicieron las doce de la noche.
Todos mirábamos hacia el cielo, esperando que empezara ese hermoso
espectáculo. Todos se saludaban con un “feliz navidad”, yo
sonreía, emocionada tomé mi celular que sonaba. Un mensaje de él.
“Feliz navidad, te quiero mucho”. Pedro. Sonreí otra vez. Miraba
a mí alrededor y todos parecían estar pasando bien. Por un momento
pensé que todo había vuelto a ser como antes. Miré a mi familia,
pero allí faltaban mis padres. Mis ojos recorrieron todo el patio
buscándolos. Entré a casa y enseguida pude sentir algunos gritos.
Era increíble cómo podía llegar a arruinar todo en un instante.
Entré a la casa enfadada, buscándolos. Cuando llegué a la cocina
mi madre estaba llorando y mi padre solo callaba. Sus ojos se
desviaron, ambos notaron mi presencia y quedaron callados. Yo solo
los miraba, indignada.
-¿No
es posible que podamos tener una navidad tranquila?-dije casi
gritando.
-Paula,
este no es asunto tuyo-dijo mi madre tratando de que me fuera.
-Sí,
es asunto mío. Se encargan de arruinar mí día a día con sus
estúpidas peleas. ¿Por qué no se separan de una vez? Me tienen
harta.
-¿Qué
decís Paula?-dije mi padre acercándose a mí.
-Digo
que lo mejor va a ser que se separen, por el bien de Lucia y Gonzalo.
-Ellos
no tienen nada que ver…-dijo mi madre
-Ellos
son los que más sufren.
Nadie
dijo nada.
-Pensé
que por una vez en la vida podíamos tener una navidad normal,
felices. Pero siempre llego a la misma conclusión, con ustedes
juntos no se puede hacer nada. No pido que lo hagan por mí, por lo
menos háganlo por mis hermanos. ¿No pueden darles una navidad sin
peleas y gritos? Cada vez me sorprenden más-dije simulando un “no”
con la cabeza.
Me
fui de la cocina tan rápido como pude. Aún no entendía cómo
podían ser capaces de esto.
Me
senté en un banco que había en el frente de la casa, estaba sola,
necesitaba estarlo. Marqué su número.
-¿Hola?
-Hola
Pedro, soy Paula.
-Feliz
navidad
-Feliz
navidad-dije.
-Te
noto triste, ¿está todo bien?-me dijo.
-Sí,
mis padres y sus típicas peleas de siempre, solo eso.
-Te
extraño-me dijo.
-También
yo.
Ambos
quedamos en silencio por unos segundos.
-¿Vas
a estar bien?-continuó.
-Eso
creo.
-Te
quiero.
-Yo
también.
Me
quedé con sus últimas palabras, que eran, por ahora las únicas que
me habían hecho sonreír después del mal momento.
PEDRO
Hacía tiempo que no tenía
una verdadera razón por la cual sonreír. Ahora veía a mi padre
feliz, hablando con mis hermanos y lo único que se me ocurría hacer
era agradecerle a Dios. Por otro lado había aparecido Paula en mi
vida, y ella era otra de las razones por la que hoy estaba tan feliz.
Observaba los fuegos artificiales allí arriba mientras tomaba un
sorbo de coca cola. Mis sobrinos asustados corrían hacia el interior
de la casa y mis primos trataban de colocar los regalos sin que nadie
los viera. Miré detrás de mí, su rostro en un cuadro enorme me
miraba, y hoy más que nunca la sentía presente. Mi padre había
mandando a hacer una fotografía grande de mi madre y la había
colocado en el comedor. Los fuegos artificiales terminaron, todos nos
saludamos con un “Feliz navidad” y entramos a la casa. Alrededor
del árbol de navidad había mínimo 30 regalos, cada uno con el
nombre correspondiente. Mis sobrinos intrigados buscaban sus nombres
en los paquetes. Yo solo capturaba este momento con mis ojos,
mientras algún familiar se me acercaba para alcanzarme algunos
regalos.
Salí al balcón, aún con
mi vaso de coca cola. Miré al cielo recordándola. No había
palabras para describir la falta que me hacía en estos momentos. Mi
celular sonó, era ella. Noté su voz triste, quería tenerla conmigo
ahora, la extrañaba. Sabía lo importante que era para ella esta
navidad y cuando me dijo que sus padres estaban discutiendo se me
partió el corazón. No sabía que decirle, opté por un “te
extraño” es que era lo que realmente sentía.
Corté la llamada y
enseguida me puse a pensar como me podía haber enamorado tan rápido
de alguien. La había conocido hacía nada más que unas semanas.
Pero la miraba a los ojos y esas semanas se volvían oro y agradecía
por haberla conocido. Su humildad, su belleza, era distinta a tanas.
Se preocupaba por mí y eso me ponía feliz, sus sonrisas y palabras
sinceras hacían que la quisiera aún más. La quería y todavía me
llamaba la atención cuanto. Dejé el vaso ahora vacío, sobre la mesa. Buscaba donde sentarme para abrir los obsequios. Los contemplé
uno por uno. Uno de ellos era un dibujo de mi infancia. Mi padre lo
había guardado, era hermoso. Lo miraba y lo analizaba, cada detalle.
Parecía toda mi familia en un gran parque, un momento en el que todo
parecía ser amor y felicidad. Lo guardé emocionado, me acerque a mi
padre y lo abracé muy fuerte.
-Gracias-le dije.
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