PAULA
Llegué a casa a las dos
de la mañana. Aún sin sueño prendí el equipo de música y puse
uno de mis temas preferidos. “Upward Over
the mountain”. Me senté en el sillón y me
puse a leer otra vez mi libro. Lo abrí sin mirar. Página 98.
Capítulo 9.
Lo tenía frente a mí.
Las lágrimas abundaban en mi rostro. Mi madre trataba de calmarme
pero yo solo la apartaba enojada. Lo único que podía hacer ahora
era despedirme, pero esta vez iba a ser para siempre. No quedaba que
decirle, le había entregado mi vida, mi corazón, mi mundo. Otra vez
recordaba mi vida junto a él, todo lo que habíamos sufrido. Todo
había pasado demasiado rápido. Rezaba con mi rosario en la mano, y
le pedía a Dios que te cuidara. Repetía tu frase tan usual “Todo
va a estar bien”. Nuestros hijos estaban a mi lado. Aún sin
entender dejaban caer algunas lágrimas y me tomaban de la mano. A
veces me preguntaba porqué la vida era tan injusta con las personas
que solo se dedicaban a hacer el bien. Trataba de mostrarme lo mejor
posible delante de mis hijos. Era la peor situación que me había
tocado vivir, a pesar de tantas. Miraba a mí alrededor, todo podría
haber sido distinto. Sé que estás detrás de mí viendo como lloro
por ti. Sé que estas recordando todo lo que hemos hecho juntos como
si fuera un álbum de fotos. Y también se que estés donde estés me
estás diciendo “todo va a estar bien”.
Ahora estaba en mi
habitación sola, como en aquellos tiempos. Una canción diferente
sonaba en la radio con poca señal. Una canción que iba de la mano
con mi estado de ánimo. Profunda y sentida.
Recuerdo tus palabras
tan insensatas, pero que me calmaban y me hacían reír igual.
Sabía que de una u
otra forma iba a lograr comunicarme contigo. Porque si hay amor no
hace falta nada más.
Cerré el libro y me quedé
observando cómo Moro comía. Me dirigí a la ventana, algunos fuegos
artificiales seguían iluminando el cielo. Pensaba si existían
historias como la de este libro, reales, y de solo pensarlo un
escalofrío me recorría el cuerpo.
No había sido la mejor
navidad de todas, pero por lo menos la mayor parte del tiempo la pasé
bien. Me dejaba mal discutir con mis padres, pero no me quedaba otra,
todo lo que les había dicho lo sentía y sabía que podría llegar a
ser lo mejor para todos.
Mi celular sonó
nuevamente, era Pedro que me preguntaba donde estaba. Le respondí
que estaba en casa a lo que me preguntó si quería que pasara por
acá, no lo pensé y le respondí que sí.
Mientras seguía mirando
por la ventana lo vi llegar, con sus dos manos en los bolsillos,
mirando hacia abajo, algo despeinado. Me vio por la ventana y
enseguida sacó una mano para saludarme. Fui hasta la puerta y le
abrí, lo hice pasar. Nos sentamos en el sillón.
-¿Cómo pasaste con tu
familia?-le dije.
-Bien por suerte, ¿vos?
-Bien, hasta que mis
padres empezaron a discutir.
No dijo nada, tampoco
esperaba que dijera algo, con todo lo que me había dicho aquella
noche era suficiente.
PEDRO
Otra vez estaba sentado en
el living de su casa, hablando de la vida. Me ofreció un café que
acepté con gusto. Vi un libro sobre el sillón, lo tomé y enseguida
me preguntó si lo conocía. Le dije que no, pero su tapa me parecía
familiar.
-Podrías leerlo-me dijo
sonriendo.
-No leo mucho.
-Siempre se empieza con
algo.
Volví a leer su título
que me parecía tan conocido; “El Poder del Amor”. Algunos
recuerdos volvieron a mi cabeza rápidamente, Paula lo notó.
-¿Pasó algo?
-El libro, mi madre lo
leía.
-¿En serio?
Enseguida di vuelta el
libro para leer su contratapa. Recordaba las cenas en casa, cuando mi
madre se sentaba en la punta de la mesa y le contaba a papá sobre el
libro, y él sorprendido siempre le pedía para leerlo. Yo escuchaba
su historia, parecía triste. A veces me levantaba a buscar un vaso
de agua por la noche y la veía a ella con el libro en las manos, en
el comedor, llorando. Otras veces sonriendo. Hasta que el libro quedó
solo, nadie lo sostenía. Fui allí cuando mi padre lo tomó por
primera vez. Y por razones que desconozco nunca pudo terminarlo,
siempre trató, pero se hizo imposible.
-Debe estar en la casa de
mi padre, mañana lo voy a ir a buscar-agregue.
Ella me sonrió.
Ya eran las tres y media
de la mañana, me despedí con un beso en la mejilla. Me daba mucha
vergüenza besarla, nunca sabía si era el momento adecuado o como
podría llegar a reaccionar. Me fui a casa caminando, todavía seguía
en mi cabeza la idea de comprar el auto, pero no encontraba ninguno
demasiado barato.
Llegué a casa, me quedé
pensando en aquel libro. Quería saber que era lo tan especial que
tenía. Quería ir a buscarlo ya.
Pasaron los días, por
suerte había conseguido el libro, algo viejo y desarmado, pero al
fin y al cabo lo tenía en mis manos. Cada día junto a Paula se iba
volviendo más interesante. Creo que ambos estábamos enamorados,
pero después de aquellos dos besos nunca más la había besado.
Comencé el libro el
primero de diciembre. Ya había terminado la gran fiesta y ahora
estaba en casa solo. Las primeras páginas parecían ser normales,
una historia que te atrapaba capítulo a capítulo. Se hicieron las 3
de la mañana y estaba seguro que más de una sonrisa se había
dibujado en mi rostro.
Recibí un mensaje que
decía “Apaga la luz” era de Paula, pero ¿Cómo sabía que
estaba despierto? Miré por el balcón y vi su auto abajo. Ella me
saludó desde allí y siguió su camino.
Al instante le mandé un
mensaje “Feliz Año, te quiero”. A lo que respondió “Es el
primer te quiero del año” le respondí “Yo diría el primero de
muchos”. Unas ganas de abrazarla me recorrieron todo el cuerpo.
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